En nuestro tercer día de viaje,
M y yo madrugamos un montón para poner rumbo a Zurich. Una ciudad que desde hacía
tiempo nos llamaba la atención visitar y no quisimos perder la oportunidad
estando a tres horas en tren desde Milán.
El viaje en tren hasta Zurich,
como sospeché desde que compré los billetes, nos llevó a través de montañas
suizas auténticas, prados, lagos, cascadas de agua por el deshielo del fín del
invierno… El imaginario al completo de lo que se nos pasa a todos por la cabeza
cuando nos dicen la palabra Suiza corría delante de nuestros ojos a través de
la ventanilla del tren. Un espectáculo visual que hizo que este sea sin duda
el viaje menos aburrido en tren que he hecho nunca.
Llegamos a Zurich con retraso y
dos cambios de tren más tarde, y es que como me recordaría más adelante una
amiga a través de Facebook: los relojes
son suizos, pero la puntualidad es británica. Salimos de la estación y
avanzamos por la calle principal, Bahnofstrasse.
Una especie de Quinta Avenida
a lo suizo, y esto quiere decir nada de ruidos, nada de atascos, nada de
aglomeraciones de gente, nada de gente de diferentes etnias, nada de
puestecitos callejeros, todo en su sitio, todo el mundo educado y callado ( el
poco mundo que había por allí, desde luego)... En fín, como os decía, una
avenida de aproximadamente 1,5 kilómetros de largo salpicada de tiendas:
De ropa de firmas de esas que
llenan las revistas de moda…
Y de chocolate!
La avenida desemboca en Bürkliplatz
junto al lago de Zurich, con un muelle
súper ideal que invita a sentarse con los pies colgando y olvidarte de todo un
rato. Lucía un sol más propio de unas latitudes más sureñas que de Suiza, y
M y yo decidimos hacer como el resto de lugareños y zamparnos un pequeño pic nic para
reponer fuerzas.
Pusimos luego rumbo al casco
histórico de la ciudad. Conforme nos íbamos acercando las calles se
estrechaban, los tejados y las ventanas se hacían más puntiagudos, aparecía
gente vestida de época…Sí! Habíamos encontrado el mercado medieval auténtico!
En un escenario que no podía ser
más apropiado, a los pies de la Iglesia Fraumunster, se hallaban multitud de
puestos de diferentes productos, todo muy artesanal, para comer, comprar o
simplemente pasear y curiosear.
Justo enfrente, cruzando el río,
se encuentra la catedral Grossmunster. Es posible tener unas vistas
espectaculares de Zurich desde uno de sus torreones tras subir 187 escalones de
nada…
Continuando nuestro paseo por el
casco histórico llegamos a Cabaret Voltaire, un espacio para reunirse,
organizar eventos culturales y comprar algún recuerdo vintage. Dicen que el
movimiento del Dadaísmo surgió justo en este lugar, a principios del siglo XX.
Hace unos diez años fue reconstruido por un grupo de jóvenes que querían
recuperar los ideales dadaístas y surrealistas dando lugar a un espacio muy
especial...en el que no dejan hacer fotos.
El final de nuestro paseo por
Zurich fue por Lindelhof, una pequeña colina dentro de la ciudad con unas vistas muy bonitas, utilizada
como parque en el que, si hace sol como aquel día, los zuriqueses gustan de
relajarse y tumbarse en el césped. Yo me conformo con subirme a los columpios!
De vuelta en tren a Milán, nos
despedimos de las montañas suizas, y casitas de Heidi varias, que nos encontrábamos
por el camino. Volviendo a maravillarnos con semejante paisaje, ahora al
atardecer.
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