Acabo de releer mi entrada del
año pasado acerca de mi Semana Santa en Sevilla, y donde os hice de “cicerone”
una tarde de Jueves Santo, recorriendo el centro de la ciudad y contándoos a
todos en que consiste eso de la Semana Santa en Sevilla exactamente. Lo que no
supisteis nunca los que me leísteis entonces, fue que después de publicar
aquella entrada me cayó una pequeña lluvia de críticas donde mis amigos y amigas
menos fervorosos y fervorosas me hicieron ver, que muy bonito todo pero que había sido demasiado buena…
Y tenían razón, así que quizás os
debo a todos una pequeña retrospectiva semana-santera-sevillana para que todo se
entienda como debe entenderse.
Cuando naces en una isla en mitad
del Atlántico, y creces pensando que las vacaciones de Semana Santa del colegio
son para ir a la playa a hacer castillos de arena y darte un chapuzón se hace
raro aterrizar en Sevilla en plena adolescencia y verte rodeada de cirios,
nazarenos, estampitas, cristos, costaleros, vírgenes, incienso, de capillitas…
( “capillita” es el término más genial del mundo. Sin ningún ánimo peyorativo
por mi parte, es una manera sevillanamente cariñosa de referirse a los “frikis”
o “believers” de la Semana Santa. Ya les reservaré una entrada en mi blog,
quizás la del año próximo ¡!) Dice el
refrán que allá donde fueres haz lo que vieres, pero yo no era mucho de seguir
normas ni refranes en aquel entonces, y lo que yo sentía por la Semana Santa no
era amor precisamente. Ella volvía todos
los años, a veces antes, a veces después, a veces con frío, a veces con un
calor insoportable, y yo ahí siempre con la sensación de que año tras año, todo
era exactamente igual que el año anterior, como una cinta de vídeo que hubieran
puesto sin parar pulsando el play una
y otra vez. Donde a día de hoy decimos postureo
con total elegancia, yo decía aparentar
entonces, fanatismo, falsedad, clasismo y ganas de lucirse…Y me gané muchas
broncas. Obviamente.
Porque como os contaba el año
pasado, la Semana Santa de Sevilla no la toca nadie, y menos una niña canaria
que no sabe de qué va el tema y que no ha crecido en esto. ¿Qué queréis que os
diga? No me va la cultura de la purga y el sufrimiento. Hace un montón de años,
almorzando con una antigua compañera de trabajo, me preguntaba ésta qué solía
hacer yo en Semana Santa, es decir, si salía en procesión vestida de mantilla o
de nazarena. La miré divertida, y le dije que ni una cosa ni otra, que a lo
mejor me daba una vuelta un día, veía alguna cofradía y poco más en lo que a tradición
se refiere. Recuerdo que se echó a reír y me dijo que yo era muy poco sufrida,
mandaba narices que una chica gallega con una frase tan sencilla me ayudara
tanto a encajar la Semana Santa sevillana en mi vida: Tenía toda la razón, yo era una persona muy poco sufrida, y no entré
entonces ni voy a entrar ahora en sí los sevillanos lo son o no lo son, y no
había más que hablar. Ese era el motivo por el cual cada año me daba cabezazos
contra la pared y la Semana Santa me parecía como lo peor de lo peor: gastar
energía tontamente criticando algo que no va a cambiar cuando debería estar disfrutándolo
a mi manera, y no a la manera ajena.
Sería muy fácil cada año
abandonar Sevilla cuando llega la Semana Santa, irme de viaje y volver cuando
la ciudad hubiera recuperado la normalidad, pero en el fondo hay cosas de la
Semana Santa que sí que me gustan, aunque no llegue a sentir todo esto como lo
sienten otros: Las torrijas, lo que haga falta por ellas. La música,
especialmente la de las bandas de cornetas y tambores. Andar y deambular, por
calles de Sevilla que normalmente son para tráfico de coches. El ( real o
imaginario, poco me importa ya) sentimiento de hermandad, que se respira siempre
en el discurrir de una cofradía. Las frases de los capataces a los costaleros, ¡ que eso es motivación y lo demás
son tonterías! Y soy muy fan de ir cada mañana de Viernes Santo a un estrecho
callejón, que llaman de las Dos Doncellas, a que me den la lección más valiosa:
que lleves lo que lleves a cuestas, siempre alguien te acompañará, siempre se
sigue adelante. Creas en lo que creas.
No podemos convertirnos en lo que
no somos, pero podemos aprender de todo lo que suceda a nuestro alrededor, y
con pequeños trocitos ir haciéndonos nuestro puzzle de vida personal.
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