miércoles, 16 de septiembre de 2015

Si vas a San Francisco...


…asegúrate de llevar algunas flores en tu pelo.

 

 

Lo cantaba Scott McKenzie allá por el año 1967. En plena era hippie, cuando todo era amor, flores, melenas, vestidos largos y algún que otro LSD.
 
 
 
 

Viajar a ciudades que han sido epicentros de la historia moderna en algún momento, siempre me hace plantearme que encontraré allí yo ahora, tantos años después. Porque la idea inicial que a casi todos nos hace  viajar a San Francisco, es un momento histórico-económico-social que quedó atrás hace unas cuantas décadas. Es aquí cuando nos solemos dar cuenta de que lo que nos encantaría realmente es hacer un viaje en el tiempo, además de en el espacio. Pero nos conformaremos con la esperanza de que los lugareños de la ciudad se hayan encargado, generación tras generación, de mantener intacto ese “espíritu”. Para que cuando vayamos encontremos un poquito de eso que hemos ído a buscar.


 
 




 

M y yo hemos tenido que hacer unos cuantos viajes en los últimos años para darnos cuenta de qué buscamos exactamente cuando hacemos la maleta y salimos de casa:  no buscamos museos (aunque a veces alguno famosillo cae), no buscamos monumentos, no buscamos restaurantes chic ni playas en las que tostarnos. Nos dimos cuenta de que buscábamos fusionarnos con aquellas ciudades a los que viajábamos. Escucharlas, respirarlas, sentirlas. Hacerlas nuestras. Hacernos a la manera de ellas, y volver a casa borrachos de Londres, borrachos de París, borrachos de donde fuera que íbamos. Y que para nosotros nada fuera igual a partir de entonces.




 
 




 

Así que estaba claro que antes o después íbamos a acabar aquí. En California. Buscando cosas que no siempre se pueden ver con los ojos o cogerse con las manos. Pasando de seguir ningún plan, porque el único plan que habíamos hecho era que no hubiese planes. Dormir cuando aparezca el sueño, comer cuando se sienta hambre, conducir hasta donde el GPS quiera  llevarnos, sentarte en el bordillo de una acera en lo alto de una colina a ver la vida pasar, mirar a los ojos a tu compañero de aventuras y recargarte como se cargan las baterías de los teléfonos,  tirarte en el césped de un parque a mirar las nubes, escuchar  a alguien que con su guitarra toca los acordes de una pieza de la gran Janis… Y justo ahí apareció, eso que habíamos ído a buscar, eso que no se puede coger, ni comprar, ni ver: la sensación de que en ese instante todo encaja y que nada más importa. Nada más y nada menos.
 










 





 
 
 
 

Mi San Francisco infinito, mantente hippie, mantente loco, mantente para siempre.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario